Empezar un día así no es optimo. Ni siquiera deseado. Pero, como pasa con la mayoría de las cosas, uno no siempre puede elegir.
Aprovecho que estoy cerca de calle 12 para pasar por un Rapipago. Para cuando llego al lugar que me dijeron en un kiosko, había una cola larguísima. Antes de sumarme como el último en la fila, pregunto, con la esperanza de un inocente, si esta era la cola para el Rapipago. Sería redundante decir la respuesta.
Pasados cinco minutos, ya tenía detrás mio como siete personas más. Y la fila parecía no avanzar. Inmediatamente detrás mio estaba una mujer con su hija de unos doce años. La mujer trataba de sacarle charla a su hija, pero todo era en vano: la niña estaba abriendo un celular nuevo y aprendiendo a usarlo. Todas las frases de la madre quedaron en el aire. Hubo una en especial que me dieron ganas de girar y responderle algo; le dijo a su hija "esta fila no es tan larga... Allá adelante hay mucho espacio entre los que esperan; nos vamos a ir de acá rápido". Miré para adelante y, efectivamente, había mucho espacio entre los que esperaban. Me quedé con las ganas de decirle a la mujer que, en su teoría de la relatividad, Einstein descubrió que espacio y tiempo tienen carácter relativo; pero la mujer ya tenía bastantes problemas tratando de conectar con su hija, no necesitaba más molestias.
Al acercarme a la puerta del kiosko, veo este cartel:
Me llamó de sobremanera la mezcla entre violencia y la carita feliz del cartel. Pensé en cuántas veces los habrán molestado con una misma pregunta. Pero, de todos modos, no es manera de dirigirse al cliente. ¿"No joda, no moleste, lea"?
Una vez dentro del lugar fue como viajar en el tiempo. El kiosko estaba abarrotado de productos, carteles y moldes para tortas (la mayoría desactualizados, con personajes ya pasados). Me recordó a un kiosko al que iba de chico (no recuerdo si en Ringuelet, Tolosa o por mi casa). Y, lo que es peor, dentro del lugar hay otro cartel:
¿Qué es esto? ¿Multa de 10 $ por no esperar detrás del cartel? ¿No puedo usar mi celular? ¿Si no tengo monedas para pagar tengo que dejar mi factura esperando? Un lugar espantoso.
Al salir, me prometo jamás regresar a ese lugar del infierno (o de mi pasado). Y, para rematarla, al entrar en la clínica del niño para visitar a mi sobrino menor, un chico de unos siete años con unos anteojos con demasiado aumento para alguien de su edad me mira y me dice "mamá".
¿Qué tengo que pensar?
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